15 de junio de 2011

AEROPUERTOS: DE LA SOCIEDAD DISCIPLINARIA A LA SOCIEDAD DE CONTROL




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Como se sabe, una de las características que modelaron las sociedades modernas fue la instauración de un conjunto de instituciones disciplinarias: la escuela, el ejército, la familia, la prisión, el hospital, etc. De acuerdo a Michel Foucault, las sociedades disciplinarias comenzaron a implantarse entre los siglos XVIII y XIX y tuvieron su máxima expresión a principios del siglo XX. Estas instituciones se consolidaron dentro de un mundo moderno que se desarrolló bajo la solidez de las certezas emanadas de la ciencia, la religión y el arte, y cuyas convicciones, creencias y seguridades transitaron de una generación a otra. Para asegurarse de ello, se organizaron grandes centros de encierro. “El individuo pasa sucesivamente de un círculo cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela (‘ya no estás en tu casa’), después el cuartel (‘ya no estás en la escuela’), a continuación la fábrica, cada cierto tiempo el hospital y a veces la cárcel, el centro de encierro por excelencia” (Deleuze, 1999: 277).

En el libro Vigilar y castigar, Michel Foucault delimitó con gran precisión el modo en el cual las sociedades modernas se constituyeron como sociedades en el que la disciplina se estructura como eje articulador del mundo social. Una de las ideas centrales del libro es que la disciplina no se configura exclusivamente como institución, ni como un artefacto, sino más bien como un tipo de poder, una tecnología y unos dispositivos “que atraviesa todo tipo de aparatos y de instituciones a fin de unirlos, prolongarlos, hacer que converjan, hacer que se manifiesten de una nueva manera” (Deleuze, 1987: 51). En este sentido, la modernidad puede ser entendida como un complejo entramado de regímenes punitivos, en el cual el Estado se conforma como un ente dotado y legitimado para ejercer la violencia legítima (en el sentido weberiano del término).

Si bien es cierto que el siglo XIX puede ser visto como el momento en el cual se inventan y se ponen en circulación (dentro del campo social) todo un conjunto de libertades; no es menos cierto que esas libertades poseen a la vez un reverso en el cual se estructura todo un complejo entramado de dispositivos y procedimientos destinados a dividir en zonas, controlar, medir, clasificar, encauzar y dirigir a los sujetos y las subjetividades, para a producir individuos a la vez dóciles y útiles que contribuyan en la producción y funcionamiento de sociedades que se organizan cada vez más a partir del capital y el capitalismo como ejes estructurales y estructurantes de lo social, lo cultural, lo económico y lo político.

En la actualidad, las sociedades disciplinarias han entrado en una nueva fase al reconfigurarse como sociedades de control. Ya no se trata exclusivamente de la producción, por ejemplo, de máquinas antimasturbatorias para niños o de los mecanismos de las prisiones para adultos; ahora estamos en presencia de una compleja red de poder que se encarga de introducir mecanismos de control en el detalle efímero, en el transitar cotidiano, constituyendo de este modo espacios sociales en los cuales el poder ya no se presenta, como en la sociedades disciplinarias, dentro de espacios cerrados, delimitados y concretos; sino por el contrario, a partir del ejercicio difuso e indefinido de un poder que se extiende y traspasa todo el campo social, a través de la articulación y readecuación de una especie de telaraña flexible que organiza a los ciudadanos y los implica dentro de estrategias de normatividad y metanormalización. Si en los espacios de encierro se moldean de diversas maneras las consciencias y los cuerpos, “los controles constituyen una modulación, como una suerte de moldeado autodeformante que cambia constantemente y a cada instante, como un tamiz cuya malla varía en cada punto” (Deleuze, 1999: 278). En este sentido, las sociedades de control requieren para su funcionamiento y eficacia, que sea el propio individuo quien incorpore y adapte los mecanismos de poder y control para su propia sujeción.

De este modo, las sociedades de control funcionan y se expanden porque en ellas se lleva a cabo un complejo sistema de asimilación que actúa desde adentro, desde las entrañas del campo social e incorpora a los sujetos, ya no de manera impositiva, normalizadora y disciplinaria desde un centro de poder y de control; sino que es el propio sujeto quien es activado, movilizado (o si se prefiere agenciado), para convertirse desde su microcentro en colaborador activo, constituyéndose en una especie de suplemento investido de un aura autonómica de individuación que, en última instancia, revela que “la relación consigo mismo como control es un poder que se ejerce sobre sí mismo en el poder que se ejerce sobre los otros” (Deleuze, 1987: 132).

Un ejemplo claro de como se ha enquistado en nuestras sociedades el control como mecanismo de poder y sujeción, lo vemos a diario en las inspecciones de seguridad de los aeropuertos de todo el mundo. Resulta asombroso como nos hemos habituado al sometimiento convirtiéndonos en sujetos dóciles que aceptamos ser despojados de nuestros objetos personales, ser toqueteados por agentes que recorren con sus manos nuestro cuerpo o de pasar por un escáner en la que un empleado de seguridad observa nuestro interior más íntimo; una serie de procedimientos y de artefactos tecnológicos que resumen nuestra pasividad ante un mundo administrado en base a un contrato social que resulta inadmisible. ¿Cómo hemos podido aceptar esto?

Pero no es sólo nuestra pasividad e indulgencia ante los mecanismo de control que se nos imponen en los aeropuerto lo más revelador de nuestro devenir como sociedades de control, sino el hecho de propiciar, en pro de nuestra propia seguridad, dichos controles. Si el día de mañana se eliminaran todas esas restricciones,  no serían pocos quienes se levantarían exigiendo la reposición de las medidas de seguridad y de control, porque en nuestras consciencias ya se encuentra integrada la paranoia y la sospecha dentro un mundo en el cual el vecino es siempre un potencial enemigo. Así, en nombre de la más alta seguridad se instala un miedo endémico, una obsesión incontrolable por el control, en que el remedio es peor que la enfermedad, ya que “ni siquiera estamos al amparo de los efectos perversos que suponen las medidas de seguridad, control y prevención” (Baudrillard, 1991: 114).

En definitiva, si en las sociedades disciplinarias siempre había que empezar de cero (finalizada la escuela, empieza el ejército y de ahí a la fábrica), en las sociedades de control nunca se termina nada, todo queda en un estado de indefinición, abierto a un conjunto de circuitos en el cual las ondulaciones, los pliegues y  las dilataciones no permiten que se cierre nunca el ciclo iniciado, sino más bien lo abren hacia una discontinuidad de posibles: “la empresa, la formación o el servicio son los estados metaestables y coexistentes de una misma modulación, una especie de deformador universal” (Deleuze, 1999: 278).

Referencias
Baudrillard, Jean. 1991. La transparencia del mal. Barcelona: Anagrama
Deleuze, Gilles. 1987. Foucault. Barcelona: Paidós.
Deleuze, Gilles. 1999. Conversaciones 1972-1990. Valencia-Pre-textos.

5 de febrero de 2011

EGIPTO Y SU ¡BASTA YA!


En la aparición de la masa acontece un fenómeno tan enigmático como universal: irrumpe súbitamente allí donde antes no existía nada. Puede que algunas personas se agrupen, cinco, diez, doce, no más. Nada se había anunciado, nada se esperaba. Mas, de repente, todo está repleto de gente.
Elias Canetti, Masa y Poder.

No hay nada más esperanzador que ver cómo un pueblo despierta del letargo que produce el abuso de poder, la corrupción y la pobreza enquistada dentro del entramado social y cultural de una nación. La rebeldía de un pueblo contra su tirano, contra el sistema corrupto que él representa y contra las desigualdades que se van naturalizando dentro de la sociedad y los sujetos producto de la represión y la violencia de Estado, la corrupción y la pobreza, sumado a la indiferencia social  y el agobio por la sobrevivencia de un pueblo desbordado por la precariedad, deben celebrarse como un punto de inflexión que nos advierte que el desprecio hacia las masas, la despolitización de las sociedades, la anomia social, la escisión entre los valores individuales y colectivos, tan propiciado por el sistema neoliberal, son construcciones que se sostienen sobre unos delgados y frágiles hilos que, en determinadas circunstancias y bajo ciertos momentos históricos, se pueden volver en contra del propio sistema que las ha predispuesto.

Las protestas sociales que se desarrollan en Egipto pueden ser vistas como el  talón de Aquiles de las sociedades conformistas. Esto quiere decir que el antiguo proyecto político de la modernidad, el cual valoraba la entrada en escena de las masas en la construcción de su propia historia como un signo de su tiempo, resucita ahora bajo las banderas de lucha de los pueblos del norte de África (Túnez y Egipto) que, a través de sus demandas, de sus reivindicaciones y de su lucha contra la tiranía, nos enseñan que la explosión de las masas continúa siendo el fenómeno más poderoso para que las sociedades dominadas por la miseria social lleguen a dotarse de una voluntad y una historia.

Una de las características que llama mi atención de las manifestaciones callejeras del El Cairo es que éstas no se han articulado a partir de alguna estructura política clásica que convoca a la insubordinación: ya sea los partidos políticos, ya sea los movimientos estudiantiles, ya sea los sindicatos, ya sea la figura carismática de algún líder, etcétera. Lo que tenemos, al parecer, son manifestaciones que surgen desde las entrañas del cuerpo social que comienzan a irradiar al conjunto de la sociedad y sus instituciones. Es una insubordinación que eclosiona sustentada por el cansancio de un pueblo que grita un  ¡basta ya! Una descarga que se da al interior de la masa y que la dota de un sentido y una dirección (la de derrocar la dictadura). Es ese ¡basta ya! como descarga, lo que permite desarrollar el interior de la muchedumbre una cierta unidad y coherencia que se constituye en el acontecimiento clave que posibilita la expansión del movimiento popular. Como señala Elias Canetti (2007: 11), “la masa no existe,  hasta que la descarga la integra realmente. Se trata del instante en el que todos los que pertenecen a ella quedan despojados de sus diferencias y se sienten como iguales”.

Lo que emerge de las protestas de Egipto es la esencia de lo político, en la medida en que estas manifestaciones logran crear un tiempo y un espacio que se configura como un acto político. El acto político, como señala Alain Badiou (2000), crea un tiempo y un espacio: crea el tiempo porque circunscribe las demandas y las luchas ciudadanas a una urgencia temporal, es un tiempo que los ciudadanos autoconstruyen bajo el apremio por la liberación; crea el espacio porque las protestas sociales de Egipto persiguen transformar un determinado lugar en un lugar político, es decir, lo que se busca es transformar una calle, una fábrica, una universidad. A esos lugares y territorios se busca dotarlos de un contenido y un poder simbólico-político.

Ahora bien, esta transformación del tiempo y del espacio en un espacio y un tiempo político, se materializa en la congregación de cientos de miles de egipcios que copan la ya emblemática plaza Tahrir. Esta multitudinaria congregación ciudadana persigue derrocar la figura Hosni Mubarak, resistiendo hasta que el dictador dimita. Mubarak con sus 30 años atornillado al poder, es la imagen que representa a todo un régimen que ha cooptado toda la institucionalidad egipcia. Por lo tanto, lo que estas manifestaciones buscan es, en última instancia, derribar el símbolo de la dictadura, arrasar con el referente simbólico del régimen dictatorial encarnado en la figura de Mubarak. Sin lugar a dudas que este es un primer paso, importantísimo, para comenzar a desarrollar las profundas transformaciones política que el pueblo egipcio reclama; pero al mismo tiempo, no es menos cierto que una vez caída la figura de Mubarak, se va a necesitar un buen tiempo para rearticular dichas instituciones políticas, sociales, culturales, económicas, etcétera, porque éstas se encuentran empapadas por toda una lógica de la corrupción, el despotismo y la miseria, se encuentran embutidas dentro del entramado social y cultural del país. Así hay que tener presente que una vez muerto el perro no se acaba la rabia. 

En suma, el levantamiento de los pueblos del norte de África nos abren los ojos y nos ofrecen un aire esperanzador, en la medida en que las sublevaciones de Túnez y Egipto, vienen a refrescar y a  colocar en circulación un ideal esencial que estaba dormido u olvidado: para propiciar algo grande hay que propiciar de nuevo el levantamiento de la masa.
  
Referencias

BADIOU, Alain. 2000.  "Movimiento Social y Representación Política", Instituto de Estudios y Formación de CTA, Buenos Aires. Disponible en:
http://www.grupoacontecimiento.com.ar/documentos/documentos.htm

CANETTI, Elias. 2007. Masa y poder. Madrid: Alianza Editorial.

9 de enero de 2011

CONTRA EL NEOLIBERALISMO

 
El sistema neoliberal es un sistema perverso que descansa sobre una condición que es nuestra perdición: si no se expande muere. Si se fatiga, perece. La causa de esta fatalidad del capitalismo neoliberal no es ideológica, sino estructural debido a que el objetivo supremo del neoliberalismo es la acumulación de la ganancia. Para el capitalista, la producción sólo alcanza su razón de ser cuando obtiene un beneficio neto, esto es, la ganancia líquida sobre todos los desembolsos de capital por él realizados (Luxemburgo, 1968).

De hecho, el capitalismo neoliberal al no conocer ni reconocer otro fin que no sea la creación incesante de riquezas y lucro (que descansan en las manos de unos pocos privilegiados), tiene como única filosofía la de combatir, con todos los medios que tenga a su alcance –incluido el sacrificio de los seres humanos y del medio ambiente- cualquier obstáculo que vaya en contra de la maximización de la ganancia y el beneficio de unas pocas multinacionales. Esto queda demostrado al comprobar como los mercados financieros y las multinacionales emprenden, continuamente, una guerra contra los sindicatos, contra las conquistas sociales y contra todos beneficios que el Estado (cada vez más inoperante) pueda brindar a sus ciudadanos. 

El neoliberalismo, como nos ha enseñado Pierre Bourdieu, se ha consolidado como una revolución neoconservadora que actúa sobre los sujetos y las subjetividades exaltando el progreso, la razón o la ciencia como herramientas que justifican la instauración de  determinadas normas que se convierten en reglas ideales. Pensemos brevemente en la lógica que mueve el mundo económico hoy en día y, nos daremos cuenta, que la ley del libre mercado actúa no sólo como la ley del más fuerte, sino también como una fuerza simbólica en la cual se difunde, bajo una difusa palabrería compuesta por una serie de conceptos -globalización, flexibilidad, desregularización- que apelan, gracias a sus connotaciones liberales o libertarias,  a darle una fachada de libertad y liberación a una ideología conservadora que se presenta como contraria a toda ideología (Bourdieu, 2002).

Sería excesivo tratar de realizar aquí una crítica a todo el entramado sociocultural y geopolítico que el sistema neoliberal ha efectuado sobre nuestras vidas cotidianas. Por lo tanto, trataré de realizar una pequeña reflexión sobre como el neoliberalismo a creado una sociedad en la cual ha logrado instalar en las subjetividades el consumo como deseo. Para ello, el neoliberalismo tiene en los medios de comunicación de masas un aliado excepcional en la medida en que los mass media han contribuido a generar toda una pauta cultural del consumo como deseo hedonista.

En la actual sociedad de consumo hedonista en que nos encontramos inmersos, podemos advertir que lo desechable se vuelve un requisito sine qua non  implicando cambios cada vez más rápidos en la moda y en los estilos, se acelera el ritmo de vida, los medios de comunicación ejercen una fuerte influencia en la constitución de identidades e imaginarios, la televisión y la publicidad se configuran a lo largo de toda la sociedad en una medida o un escaparate donde los sujetos y las subjetividades se autodefinen y construyen.

Asistimos, a lo que Gilles Lipovetsky ha llamado como “el creciente proceso de personalización”, esto es, una nueva forma de organización social que adquiere nuevos modos de socialización que se desvían del paradigma moderno fundado, a grandes rasgos, en normas disciplinarias. En cambio, en la actualidad, emerge un modelo sustentado en la seducción: un sistema que se legitima socialmente a partir del individualismo hedonista, personalizado y consumista: el acento pasa de la producción a la reproducción en una perpetua reduplicación de los signos, las imágenes y las representaciones a través de los medios de comunicación que borran la distinción entre la imagen y la realidad. Estamos, siguiendo a Lipovetsky, ante una intensa y radical mutación antropológica. Desde una perspectiva histórica, asistimos al paso de un capitalismo autoritario y coercitivo hacia un capitalismo libidinal, hedonista y permisivo.

Ahora bien, esta mutación antropológica se enmarca dentro un largo proceso que tiene como resultado final, hasta el momento, el triunfo de la ideología neoliberal. Así el neoliberalismo puede ser inscrito dentro de lo que Raymond Williams ha denominado como larga revolución en la cual podemos advertir tres grandes fases en el desarrollo del capitalismo de consumo. El primer ciclo emerge alrededor de 1880 y finaliza con la Segunda Guerra mundial. En este fase vemos nacer el capitalismo de masas el cual “ve instituirse, en lugar de los pequeños mercados locales, los grandes mercados nacionales, posibilitados por las infraestructuras modernas del transporte y las comunicaciones: ferrocarril, telégrafo, teléfono” (Lipovetsky, 2010: 23). Estos avances tecnológicos permitieron aumentar el volumen y velocidad del transporte de mercancías y fundaron la formación de un comercio a gran escala. Esta expansión fue potenciada por la restructuración de las  fábricas en función de los principio de una suerte de organización científica del trabajo, que se aplicaron sobre todo en el sector del automóvil y, que tenía, como fundamento la línea de montaje en la cual cada trabajador se constituía una pieza mecanizada del ensamblaje. Así, gracias a la cadena de montaje, el tiempo de trabajo necesario para ensamblar un chasis del Ford modelo T pasó de doce horas y veintiocho minutos en 1910 a una hora y tres minutos en 1914 (Ibíd.: 23). Es en esta primera etapa cuando vemos eclosionar una nueva filosofía comercial y de consumo que rompe con las actitudes del pasado: vender la mayor cantidad de productos con un pequeño margen de beneficio. Al poner los productos al alcance de las masas, “la era moderna del consumo comporta un proyecto de democratización del acceso a los bienes comerciales” (Ibíd.: 24).

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y hasta finales de los años ‘70 arranca un nuevo ciclo en las sociedades de consumo. Si bien en esta segunda fase se continúan y perfeccionan los procedimientos de la etapa anterior, “constituye por otro lado una tremenda mutación cuya radicalidad propicia la ruptura cultural” (Ibíd.: 32). Un de las características fundamentales es la emergencia de estrategias de segmentación centradas en sexo, edades y factores socioculturales, por la otra, la consolidación de los medios de comunicación como un instrumento esencial para una mercadotecnia que invade la vida cotidiana. En esta fase encontramos la expansión de una triple invención realizada en la fase anterior: la marca, el envasado y la publicidad. La expansión de las grandes marcas y de los productos envasados transformó radicalmente la relación del consumidor con el minorista que perdió las funciones que hasta entonces le estaban reservadas: ya no será del vendedor de quien se fie el consumidor, sino de la marca, puesto que las garantías del calidad son transferidas al fabricante quien a través de la publicidad hace llegar al comprador las bondades de su producto. En esta fase también se instauran una serie de políticas de diversificación de productos, así como procesos tendentes a reducir el tiempo de vida de las mercancías, a desfasarlas mediante la renovación acelerada de modelos y estilos. Es la entrada en escena de la conspiración de moda. Es en esta segunda fase “en la que se viene abajo a gran velocidad las antiguas resistencias culturales a las frivolidades de la vida material comercial” (Ibíd.: 31). Aunque la naturaleza básicamente fordista continúa estructurando la producción, encontramos aquí los primeros síntomas que anuncian los principios de la seducción, de lo efímero y el hedonismo que va a caracterizar a las sociedades posmodernas.

A partir de finales de los años ’70 encontramos la tercera fase del capitalismo de consumo que se caracteriza, a grandes rasgos, por el advenimiento de una sociedad individualista y consumista en las sociedades neoliberales, en la cual, “toda la cotidianidad está impregnada del imaginario de la felicidad consumista, de sueños playeros, de ludismo erótico, de modas ostensiblemente juveniles” (Ibíd.: 31), que instaura toda una mitología del cuerpo y de la juventud eterna tendientes a destradionalizar las certezas de antaño y construir un mundo cada vez más tendiente a la vida en presente, a la satisfacción inmediata, a la privatización de la vida y a la autonomización de los sujetos frente a las instituciones colectivas, en que se vislumbra la ruptura de la antigua modernidad disciplinaria y autoritaria y emerge una posmodernidad que va estableciendo su un control y dominio desde la seducción y el deseo y la fragmentación del mundo social. Es en esta fase cuando advertimos que, en las sociedades del bienestar, comienzan a perder, progresivamente, los trabajadores aquellos beneficios de bienestar  que tanto había costado conseguir a las generaciones anteriores.

Dentro de este contexto, el individuo sometido a los avances e imposiciones neoliberales ha ido poco a poco dejando de interesarse por los asuntos sociales, colectivos y nacionales, para concentrarse en preocupaciones personales, donde lo social le parece banal e innecesario. Se establecen nuevas relaciones no solamente entre los sujetos, sino también con la experiencia temporal e histórica, la cual se reduce a una sucesión de presentes perpetuos desarticulados de todo contexto histórico-cultural. Esta fragmentación de los individuos y de su contexto sociocultural e histórico se configura como elementos centrales del creciente proceso de desarticulación de la vida colectiva y la instauración de la exacerbación de la singularidad del yo. El narcisismo se establece como un nuevo de control y estandarización social: "el amaestramiento social ya no se realiza por imposición disciplinaria ni tan sólo por sublimación, se efectúa ahora por autoseducción. El narcisismo, nueva tecnología de control flexible y autogestionado, socializa dessocializando, pone de acuerdo a los individuos con un sistema social pulverizado, mientras glorifica el reino de la expansión del ego puro” (Lipovetsky, 1995: 55).

El sistema neoliberal actúa sobre las subjetividades y las somete a una  forma de dominación que extrae de ellas un poco cada vez más. Una dominación legitimada que hace de las personas sujetos obedientes y dóciles. El neoliberalismo saca ventajas sobre nuestras vidas porque ha generado todo un entramado sociocultural en el cual no existe un contrapeso. “El capitalismo ha establecido un control sin contenedores, al introducir en él y para él mercancías que son siempre novedosas y siempre seductoras, (…) transformando así a los individuos sobre los cuales recae en seres automáticamente condicionados para su participación en el consumo” (Rojo, 2006: 112).

Los sujetos nos vemos sometidos a un proceso de conversión que nos transforma de ciudadanos en consumidores. Transfiguración que nos revela una forma oculta de dominio ideológico, que tiene como finalidad, crear una continua e imperecedera producción clónica de necesidades en los individuos, para lograr de esta manera un aumento en la obtención de la ganancia. El consumo ya no se articula exclusivamente como un goce puro y simple de bienes, sino como un acto de distinción social, ya no se quiere disfrutar exclusivamente de un valor de uso de los bienes sino ostentar un rango, clasificarse y sentirse superiores en una jerarquía de signos en competencia; signos que operan sobre una falsa ilusión que modela y produce sobre los sujetos y las subjetividades la ilusión de que satisfacerlas es un acto de libertad, independencia y diferenciación.

En consecuencia, si en el pasado, la conocida tesis de Adorno acerca del amusement (la diversión y el entretenimiento en el tiempo de ocio) es la prolongación del trabajo bajo el capitalismo tardío, en la actualidad, esa tesis puede ser leía a la inversa en las sociedades posmodernas y, sostener que hoy en día, es el trabajo el que se ajusta cada día más al amusement, en la medida en que neoliberalismo ha convertido el entretenimiento, el espectáculo, la moda y lo efímero en una práctica social generalizada, por no decir en un modo de ser (Cuadra, 2007); en el que la ideología neoliberal articula un mundo en el que la felicidad es el consumo. El mundo instaurado por el neoliberalismo de consumo se organiza como mundo plagado de trivialidad y banalidad: conforme se crean nuevos productos surgen a la par nuevas necesidades. Cuanto más se consume más se quiere consumir. Círculo vicioso en el que la abundancia de mercancías y productos es indivisible de la vanidad indefinida de la satisfacción de las necesidades anheladas y de la imposibilidad para calmar el hambre de consumo.


Referencias bibliográficas

Bourdieu Pierre. 2002. Pensamiento y acción. Buenos Aires: Libros del Zorzal.

Cuadra Álvaro. 2007. Hiperindustria cultural. E-book.

Lipovetsky Gilles. 1995. La era del vacío. Barcelona: Anagrama.

Lipovetsky Gilles. 2010. La felicidad paradójica. Barcelona: Anagrama.

Luxemburgo Rosa. 1968. La acumulación del capital. Buenos Aires: Talleres Gráficos Americanos.

Rojo Grínor. 2006. Globalización e identidades nacionales y postnacionales… ¿de qué estamos hablando? Santiago de Chile: LOM Ediciones.